Hay algo fanático y aterrador en la actitud de los
guerrilleros antitabaco.
Lo veo cada día en la mirada de chicos y chicas bien
educados, bien instruidos por los medios de masas, por la revista de la parroquia
o el panfleto “politico”. Chicos y chicas que miran mis manos con terror cuando
enciendo un cigarrillo, emblema último del siglo XXI. Son las manos del cáncer,
leo en sus miradas, las manos de la pestilencia, del tumor, las garras de la
metástasis y la ceniza. Son los policias del tabaco.
En Estados Unidos, al parecer, son legión, y en España su
número crece exponencialmente, como reflejo de la tendencia imperial. Conozco a
gente educada, personas en general tolerantes y respetuosas, que, sin embargo,
pierden la compostura ante un fumador. La pierden en forma de mala mirada, de
sutil aspaviento o, en el peor de los casos, de censura explícita. La razón
para esta falta de educación siempre es la misma: que ellos no fuman. No se
trata de que el tabaco dé cáncer, no es un problema celular. Tampoco se trata
de que te estés matando con una lentitud exasperante. Se trata de que el humo
es molesto, de que huele mal y ese olor se impregna en la ropa, ya sabes, y
luego todo a la lavadora. Se trata de que ese potencial cáncer se adhiere a sus
trapitos de Zara y Pull & Bear,también se trata de que no hay quien quite esta
peste del jersey, también se trata de que tu libertad, fumador, acaba donde empieza la
suya. Y la suya empieza donde ellos dicen, aunque no esté escrito en ninguna
ley, en ninguna norma.
Personalmente estoy a favor de la ley antitabaco, ya que me parece bien que
se prohíba fumar en el interior de todos los locales, fundamentalmente por los
niños, pero verdaderamente lo que me asquea es que esa ley haya sido dogmáticamente asumida por
ciertas personas que se han erigido en guardianes de la moralidad del pulmón
blanco, fanáticos del aire limpio, inmaculadas del humo y beatos del oxígeno
puro.
El tabaco, por supuesto, es una industria, es un poderosísimo lobby que,
sin embargo, parece tener los días contados.
Pero el tabaco mata sin declarar
guerras, sin esclavizar países, sin regalar balas a niños, vamos que el tabaco mata sin
querer matar.
El tabaco es un invento obsoleto en esta era ultracapitalista
liberal, un objeto estúpido que se carga a sus consumidores, un producto que
atenta contra la más fundamental base del mercado: deja que el comprador siga
comprando. Pero el tabaco es tan grande, tan sublime precisamente porque mata.
Porque da tos, porque da humo, porque vuelve los bares brumosos y a las
personas justamente borrosas.
Pero también es Casablanca y cine negro, porque es
literatura y tertulia, porque es romanticismo y travesura adolescente. El
tabaco, batalla perdida, es ya nostalgia de cuando se fumaba.
Los fumadores
somos los malos en el primer acto de la película del cáncer, como los gays lo
fueron en el primer acto de la película del SIDA.
El gran símbolo del siglo XXI
será el cigarrillo.
El pitillo se convertirá en un icono a la altura del Che Guevara, y los críos lo llevarán en las camisetas, habrá chapas que lo recuerden y webs
que lo homenajeen.
Y cuando ya nadie fume, fumar será leyenda.
Y los fumadores
muertos, sus héroes caídos.
Ahora yo me pregunto: si el tabaco mata, porque no está prohibida
su venta???.
Aquí teneis la explicación de ello:
El estado recauda el en España nada menos que el 80% del
precio que se paga en el estanco va directo a las arcas públicas. Es decir, por
cada euro que das al estanquero:
- 0,08€ van al estanquero que te vende el tabaco
- 0,12€ van al fabricante que ha elaborado el tabaco
- 0,80€ van al Estado, en concepto de IVA (0,18€) e impuestos especiales (0,62€)
O lo que es lo mismo: si por un paquete pagas 4€, en
realidad el paquete cuesta… ¡¡80 céntimos!!
Que cada cual saque sus conclusiones amigos míos.
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