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lunes, 9 de noviembre de 2015

MI NIÑEZ


Cómo me gustaría volver un día de mi vida a la niñez, sentirlo todo otra vez, jugar sin preocupaciones, dejar volar mi imaginación, ser un aventurero en la selva del barrio, ser feliz con tan poca cosa. 
Ojalá mis hijos hubieran podido vivir su niñez con la simpleza de aquellos años y formar en esta etapa los valores que nos guían todo la vida, pero el tiempo pasa y el mundo cambia. 
Las calles se reemplazan por juegos electrónicos, los barrios por países, lo público por lo privado, la vida social por el encierro en casa.
Tan solo me queda preguntarme, cómo serán de adultos los niños de la generación de las relaciones cybernéticas, la inseguridad reinante por la crisis y el aislamiento social. 
Resulta difícil escapar de la melancolía cuando evocamos tiempos pasados y volvemos a recordar a los seres queridos que ya no están entre nosotros, a aquellos amigos para toda la vida de la infancia, a los amigos de la panda, pero también volvemos a vivir momentos felices e irrepetibles que delata esa sonrisa que acompaña su recuerdo. 
Pensando en ellos me he decidido a contarles algo sobre nuestras diversiones de por entonces, el Badajoz de finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta.
En aquel tiempo, cuando las decisiones importantes se tomaban mediante un práctico Pito-pito gorgorito... dónde vas tu tan bonito... a la era verdadera... pim pam pum fuera, pero se podían detener las cosas cuando se complicaban con un simple... no ha valido o eso no vale, o un nooooo trampa,  los errores se arreglaban diciendo simplemente.. 'Venga……empezamos otra vez”. 
Para salvar a todos los amigos en los rescates bastaba con un grito: ¡Por mí!¡ por todos mis compañeros y por mí el primero!.
¡Tonto el último! Era lo único que nos hacía correr como locos hasta que sentíamos que el corazón se nos salía del pecho. 
El ladrón y policía (el rescate) era solo un juego para el recreo, y por supuesto era mucho más divertido ser ladrón que policía
¡Guerrilla ! solo significaba arrojarse piedras y todo lo que encontrábamos a mano  contra los chicos de las calles cercanas. 
Aquel aro metálico con su guía que hacíamos malabares con él. 
Aquel pincho que lo hacíamos de cualquier cosa, una lima vieja, un hierro puntiagudo.... 
Montarnos a la culata del camión de la carne o de la basura, engañando a pobres empleados. 
A la una anda la mula, a las dos la coz..... 
Era un gran tesoro si encontrabas trozos de escayola en los cubos de basura y poder dibujar en el suelo y jugar, o en aquellos basureros de los barrios alguna otra cosa que nos gustaba. 
Todas estas simples cosas nos hacían felices, no necesitábamos nada más que un balón, una comba y dos amigos con los que hacer el ganso durante todo el día

Nunca perdáis al niño que llevamos dentro.

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