Los recuerdos de aquellas verbenas de antes nos transportan a los que hoy peinamos canas o lucímos calva, a unos maravillosos años de juventud, suponian una válvula de escape para los más inocentes sentidos y unas ilusiones apasionantes capaces de proporcionar unas experiencias tan simples como practicar los primeros escarceos amorosos o consolidar unas relaciones sentimentales sazonadas con ese romanticismo de las canciones, o el placer de regresar a tu casa y acostarte con las luces del alba, cuando acallaban las últimas notas de la orquesta, del cantante o el grupo.
Ellas fueron el plato fuerte durante décadas de los veranos de nuestra ciudad pacense, momentos tradicionales y rimbombantes que todos esperábamos que llegaran, amenizadas por esos cantantes, grupos musicales u orquestas que teníamos en nuestra ciudad.
Recuerdo con un poco de nostalgia aquellos bailes verbeneros del Paseo de San Francisco donde algunas madres solían solían ir para dar su consentimiento a los que sacaban a bailar a sus hijas.
Esas madres se sentaban en una silla y se pasaban todo el baile controlando el panorama, las chicas se ponían a bailar por parejas entre ellas en el baile lento o "agarrao" como le decíamos y los chicos íbamos a pedirles que bailaran con nosotros.
Ellas se miraban y unas veces accedían y otras nos daban calabazas según sus gustos e intereses, si decían que sí, lo normal era bailar una pieza o canción, pero a veces había más suerte y bailabas una tanda completa de canciones lentas, pero cuando se ponían las canciones rápidas o "sueltas" ya era más fácil ponerse a bailar porque al no haber contacto físico, aunque no te aceptaran, uno podía bailar un poco a su aire.
El baile lento era el momento de mayor acaloramiento, sobre todo entre parejas que se gustaban, aunque siempre había que guardar la compostura, pues no estaba bien visto hacer demostraciones amorosas como los besos y caricias.
Algunas chicas te clavaban los codos en el pecho y por mucha fuerza que hicieras, era imposible arrimarse, y una pieza así era un suplicio, un combate, en el que acababas sudando y desilusionado.
Con el tiempo el baile agarrado fue evolucionando y se pasó de cogerse al principio con las manos como se suele hacer en los pasodobles, una en la cintura y la otra para coger la mano de ella, a poner nosotros las manos en la cintura de ellas, y ellas apoyar sus manos por debajo de nuestros hombros.
Bailabamos entonces al son de aquellos conjuntos y orquestas de la época dorada de la música, aquella de los años 60.
Este recuerdo que he cogido de esa mochila que portamos, me devuelve sin duda a esa época en la cual percibo ese "poso" y ese trozo de vida de una juventud.
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Yo recuerdo los Domingos de invierno en el Centro Obrero y en el Liceo y en verano, la terraza del teatro López de Ayala con la orquesta Atlántida y la de los Hemanos Cerezo.
ResponderEliminarTiempos inolvidables.
Un abrazo a los sentimentalistas.